Cuando tenemos mucho que mejorar como viajeros
Cuando viajamos también nos arrepentimos de cosas, o acciones que podrían habernos dado una experiencia mejor, y hasta en algunos casos haber ayudado a alguien.. ambas cosas podrían haber sucedido si esa tarde retornando de Puerto Madryn hubiera decidido con mayor rapidez y sin tanta duda.

Estábamos en la Axxion (estación de servicios) que paramos a cargar combustible y sobre todo a comer algo, cuando como cualquier otro cliente, entra un rubio, de entre 25 y 30 años, con jeans claritos con un tajo atrás en una sola pierna debajo de la cola y una campera The Northface, en claro plan viajero.. traía un bolso (también The Northface) y una mochila, además de cantimplora y termos para mantener la temperatura de líquidos. Compró un gatorade, un par de chocolates y un paquete de pastillas. Estuve tentado de preguntarle de dónde venía, o hacia donde iba, pero no lo hice.. estaba entre atento a mi sándwich y viendo que se cargara la batería del celular.

Hasta acá todo normal, pasó, idealizamos una situación como tantas otras. Pero continuó. Agarramos la avenida principal (creo que Yrigoyen se llama) que nos saca directo a la ruta 42, camino al doradillo, cuando de repente, en una rotonda, vemos a este muchacho haciendo dedo con un cartel que decía “Puerto Pirámides”, es decir nuestro destino final. Y reconozco que dudé, me embataté y si bien mi cabeza quería frenar para llevarlo, mi pié no soltó el acelerador, razón por lo cual me hace pensar que mi cabeza no tenía la total decisión de frenar. Quise justificarme pensando que no iba a querer subir al auto porque nosotros no íbamos directo a Pirámides, sino que pararíamos en el Doradillo a ver ballenas, y tendríamos la tranquilidad de quien está sin apuro. Pero fueron solo excusas. La realidad es que no frené, aún con la mirada acusadora de mi historia, de saber lo que es moverte a dedo porque con esa modalidad he viajado a Pergamino ida y vuelta desde BA por largos 3 años, y también la acusación de Sofía de “porque no lo levantamos?”.

No lo sé.. y me arrepiento. Tuve un rapto de lucidez y dos rotondas más adelante retorné, y volví a retornar para el Doradillo inmediatamente, lo que me hace aún más canalla. Pero dudé, y vuelvo a insistir que me arrepiento. Me arrepiento de no haber tenido una nueva experiencia, de no haberlos mostrado a mis hijas que debemos ser bondadoso como lo es la gente con nosotros, me arrepiento de no haber ayudado a ese viajero, que tal como nosotros, solo busca conocer el mundo.
La NO experiencia
A veces las experiencias lo son por no concretarse la experiencia misma. Las Sofias hoy se levantaron muy entusiasmadas porque irían a hacer snorkeling con los Lobos marinos. 11:30 era la cita para salir en la lancha, así que con la Bombuchita las acompañamos. Mientras ellas comenzaban a prepararse, nosotros nos fuimos a caminar largo, largo rato por las restingas de una playa cercana, en la que estábamos nosotros y solo nosotros. Pero lo importante no es nuestra caminata con la bombuchita, sino lo que pasó con los lobos marinos.. o bueno, al menos debía pasar.

Las dos cambiadas con los trajes de neoprene, Instagram stories de acá y de allá, y cuando se completa los pasajeros de la lanchita, salen al mar, para encontrarse con los ansiados, hermosos, y tiernos lobos marinos. Para empezar, el mar estaba furioso, y sumado a la poca fortaleza de la lancha, iban saltando de un lado a otro. Algunos con ganas de vomitar, otros en pleno acto, y algunos más con descomposturas importantes. Pero bueno, formaba parte, y todo sea por ver a los lobos. Media hora de navegación y llegan a la lobería don estarían ellos.. el problema es que no estaban, siquiera había uno..
- Como que no están? pregunta Sofía chiquita
- No se preocupen, hay veces que no están, pero los lobos son curiosos, y se van a ir acercando de a uno.
- uff, menos mal responden los viajeros a coro.. Mientras se acercaba el primer lobito, divino, curioso, con su trompa acercándose a la lancha.

Uno de los guías agarró el ancla para asegurar al barco de la furia del agua, y la tiran al agua. Cae, cae, cae, la rueda que la contenía gira y gira, hasta que en el momento que deben trabar se escucha un “crack” furioso, y salta la madera que hace tope para contener el ancla. Se miran entre los dueños/guías de la embarcación, e inmediatamente deciden que uno deberá bucear para ir en busca del ancla en medio del océano. Se tira al mar, ante el desconcierto de los pasajeros, pasan uno, dos, tres minutos, sale a la superficie, pero nada. El ancla desapareció, preocupación “que hacemos ahora?”, nos tenemos que volver dice el capitán. No podemos asegurar la estabilidad de la embarcación, y de ninguna manera podemos arriesgar a tirarnos al agua.

Desconcierto e indignación de los pocos pasajeros de la barcaza, y más aún de los niños, (excepto de uno de ellos, que optimista por naturaleza dice “ya volveremos”). Media hora de navegación eterna para volver, pero ya sin el entusiasmo de ver a los lobos, y con la bronca de lo que debiera haber sido y no fue. Pobre enana que vino furiosa, la tratábamos de consolar diciendo que al menos tenía una experiencia particular que contar. Si hubiera buceado con los lobitos contaría lo mismo que todos los turistas cuentan luego de bucear con esos animales. En cambio ella, podría contar una experiencia, triste, pero experiencia al fin, del día qué culpa del ancla y los guías improvisados, no pudo conocer a los Lobos de Puerto Pirámides.
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